Érase dos piedrecitas que vivían en medio de otras en el lecho de un torrente. Se distinguían de las demás por su color azul intenso. Cuando les daba el sol brillaban como dos pedacitos de cielo caídos en el agua.
Muy a menudo conversaban sobre qué llegarían a ser el día que alguien las descubriera: «Nos pondrán en la corona de una reina», se decían una a otra. Por fin, un día alguien las recogió. Durante unas semanas pasaron mucho calor dentro de una caja, hasta que alguien las agarró y las incrustó en una pared, lo mismo que con las demás piedras, poniéndolas en un lecho de cemenzo pegadizo. Lloraron y suplicaron, maldijeron, insultaron y amenazaron, pero dos martillazos las hundieron aún más en el cemento. A partir de aquel día sólo pensaban en huir. Se hicieron amigas de un hilo de agua que de vez en cuando corría por encima de ellas, y las piedrecitas le decían: «Fíltrate por debajo de nosotras y arráncanos de esta pared maldita». Así lo hizo el hilo de agua y, al cabo de unos meses, las piedrecitas ya se movían un poco en su lecho. Al fin, en una noche húmeda, ambas piderecitas cayeron y, una vez en el suelo, miraron hacia la pared que había sido su prisión. La luz de la luna iluminaba un espléndido mosaico. Miles de piedrecitas de colores formaban la figura de Jesucristo. Pero en el rostro del Señor había algo raro: estaba ciego. Las dos piedrecitas lo comprendieron entonces: ahora se daban cuenta de que ellas eran las pupilas de los ojos de Cristo…
A la mañana siguiente, el guardián, distraído, tropezó con algo extraño en el suelo. Se puso a barrer en la penumbra; con la escoba recogió las dos piedrecitas y las tiró al cubo de la basura. ¡Qué final tan triste cuando podría haber sido tan glorioso si las piedrecitas hubieran tenido otra visión! Todos somos como piedrecitas qeu forman parte de un mosaico. ¿Cuál eas tu función en el mosaico en el que estás? Jesucristo tiene un maravilloso plan para cada uno de nosotros. Él tiene un puesto para ti, en el que podrás gozar de la bienaventuranza de ser útil en su obra. ¿No entiendes por qué estás donde estás? Preguntale a Él "para qué" estás. No preguntes "por qué", sino "para qué". Estés donde estés, te darás cuenta de que la mayor satisfacción en esta vida es hacer la voluntad de Dios. «¡Muy bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco, yo te daré un cargo mayor. Entra a celebrarlo con tu Señor» (Mateo 25,21), son palabras pronunciadas por el Señor Jesucristo que se harán realidad en tu vida.