Esto dice el Señor: ¡Oh, todos los que estáis sedientos, id por agua, aunque no tengáis dinero! Venid, comprad grano y comed, sin dinero y sin pagar, vino y leche. ¿Por qué gastáis vuestro dinero en lo que no es pan, y vuestro salario en lo que no llena? Escuchadme bien, y comeréis cosas buenas; y os deleitaréis con manjares exquisitos. Prestad oído y venid a mí; escuchad y vivirá vuestra alma. Haré con vosotros un pacto eterno, según la fiel promesa que hice a David.
El Señor es clemente y misericordioso,
lento a la cólera y rico en piedad;
el Señor es bueno con todos,
es cariñoso con todas sus criaturas. R.
R. Abres tú la mano, Señor, y nos sacias de favores.
Los ojos de todos te están aguardando,
tú les das la comida a su tiempo;
abres tú la mano,
y sacias de favores a todo viviente. R.
El Señor es justo en todos sus caminos,
es bondadoso en todas sus acciones;
cerca está el Señor de los que lo invocan,
de los que lo invocan sinceramente. R.
Hermanos, ¿quién podrá separarnos del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Pero en todas estas cosas salimos triunfadores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy persuadido de que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni las cosas presentes ni las futuras, ni las potestades, ni la altura ni la profundidad, ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.
En aquel tiempo al enterarse Jesús de la muerte de Juan Bautista se fue de allí en una barca a un lugar tranquilo y solitario; la gente, al enterarse, lo siguió a pie desde las ciudades. Al desembarcar y ver a tanta gente, se compadeció de ella y curó a sus enfermos. Al caer el día, se le acercaron sus discípulos y le dijeron: «Estamos en un descampado y ya es muy tarde; despide a la gente para que vayan a las aldeas a comprarse algo de comer». Jesús les dijo: «No hace falta que se vayan. Dadles vosotros de comer». Ellos le dijeron: «Sólo tenemos aquí cinco panes y dos peces». Él dijo: «Traédmelos». Mandó que la gente se echase sobre la hierba, tomó los cinco panes y los dos peces, alzó los ojos al cielo y los bendijo; partió los panes y se los dio a los discípulos para que se los distribuyeran a la gente. Todos comieron y se hartaron; y se recogieron doce canastos llenos de las sobras. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar mujeres y niños.
El Evangelio nos llama constantemente a la conversión. Las palabras y los gestos de Jesús son una invitación a profundizar en su mensaje y hacerlo vida nuestra. Seguramente a lo largo del día oímos muchos mensajes y nos vienen a la mente muchas ideas; es posible que, durante un tiempo, nos hayamos dejado seducir por las palabras y los eslóganes de algunos que nos prometían felicidad y ofrecían un sentido a nuestra vida, felicidad y sentido que a menudo acaban decepcionando y por los que se acostumbra a pagar un alto precio. En esta circunstancia, Dios nos dice a través del profeta Isaías: «¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta?¿Y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme y viviréis». Depositemos, pues, nuestra confianza en Jesucristo, escuchemos su palabra y amoldemos nuestra vida a su enseñanza; Él es el único pan de vida que puede alimentarnos de veras.
Los apóstoles no entendían por qué Jesús se alargaba tanto en sus discursos y dedicaba tanto tiempo a enseñar a la gente, ya que era necesario también pensar en alimentarse y reponer las fuerzas; la noche les podía pillar desprevenidos y sin nada que llevarse a la boca. Había que evitar que, después de tanto escuchar, la gente sintiera hambre y empezara a agitarse. Los apóstoles le vienen a decir a Jesús: «Está bien, lo que dices es muy hermoso, pero quizás sería mejor que pararas ya y que la gente se disperse y vaya a buscar y a comprar comida; ya tendremos tiempo de seguir otro día». Los apóstoles se dejaban guiar aún por intereses demasiado materiales. Jesús sabe que el hambre de aquella multitud es doble, porque no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios, y quiere mostrar que, más allá de los cálculos humanos, está la voluntad providente del Padre, que es bondad y misericordia para el hombre. De aquí este mandato tan sorprendente: «No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer». La acción de Jesús nos muestra cómo Él se preocupa tanto del alimento espiritual como del alimento material de las personas y, al mismo tiempo, encarga a los apóstoles la continuación de esta misión. La Iglesia, los cristianos, debemos preocuparnos en dar a conocer y ayudar a vivir el Evangelio y, al mismo tiempo, trabajar para contribuir a que todo el mundo tenga el alimento que necesita y unas condiciones de vida dignas. En esta homilía quiero agradecer a los miembros de la parroquia que hacen presente este signo de Jesús: en la Catequesis, donde se parte el pan de la Palabra y se ayuda a conocer a Dios y a profundizar en su mensaje; en Cáritas y en otras iniciativas de acción social evangélica, donde se comparte y se reparte desde el amor cristiano el pan del sustento material y de las necesidades perentorias. Durante siglos, la Iglesia ha prolongado este doble milagro de Jesucristo.
Nadie negará que la realización del signo se nos ofrece con palabras y gestos que recuerdan y anticipan la institución de la Eucaristía. El milagro lo realiza Jesús, y eso nos enseña que ni los apóstoles ni nosotros podemos hacer nada sin la presencia de Jesús; por eso, todo cuanto hacemos en bien del prójimo, debemos hacerlo en nombre de Jesús; y lo podremos realizar si tenemos en nosotros la presencia de Cristo por la comunión en la Eucaristía. Venimos a la celebración para adorar a Dios y darle culto, y Él comparte con nosotros el don de su Vida Eterna: nos reunimos para escuchar su Palabra y convertirnos, para celebrar nuestra salvación y para compartir el alimento de vida, que es el mismo Cristo, compartiendo también nuestros bienes materiales. Podemos pensar que nuestra vida es pobre: falta de recursos materiales –siempre creemos que necesitamos más– y escasa en cualidades humanas; podemos figurarnos que no podremos hacer nada por la causa del Reino y, sin embargo, Jesucristo continúa invitándonos a la confianza, como lo hizo con los apóstoles. El realizó un signo, pero necesitó de cinco panes y dos peces, un recurso pobre, si queréis, pero que no estaba falto de amor. Él también hoy puede hacer maravillas si confiamos y compartimos con los hermanos, si ponemos nuestros recursos, aunque sean pobres, en sus manos.