Así dice el Señor a Sobna, mayordomo de palacio: Yo te echaré de tu cargo, de tu puesto te arrancaré. Y llamaré aquel día a mi siervo Eliaquín, hijo de Jelcías, paravestirlo con tu túnica, ceñirlo con tu banda y poner en sus manos tus poderes. Él será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá. Pondré la llave de la casa de David sobre sus hombros: si él abre, nadie cerrará; si cierra, nadie abrirá. Lo clavaré como estaca en lugar firme, y se hará un trono de gloria para la casa de su padre.
Te doy gracias, Señor, de todo corazón;
delante de los ángeles tañeré para ti,
me postraré hacia tu santuario,
daré gracias a tu nombre.
R. Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos.
Por tu misericordia y tu lealtad,
porque tu promesa supera a tu fama;
cuando te invoqué, me escuchaste,
acreciste el valor en mi alma. R.
El Señor es sublime, se fija en el humilde,
y de lejos conoce al soberbio.
Señor, tu misericordia es eterna,
no abandones la obra de tus manos. R.
¡Qué profundidad de riqueza, de sabiduría y de ciencia la de Dios! ¡Qué incomprensibles son sus decisiones y qué irrastreables sus caminos! Porque ¿quién conoció el pensamiento del Señor?, ¿quién fue su consejero? O ¿quién le ha dado algo a él para pedirle que se lo devuelva? Porque de él y por él y para él son todas las cosas. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
En aquel tiempo al llegar Jesús a la región de Cesarea de Filipo, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre?». Ellos le dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas». Él les dijo: «Vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Simón tomó la palabra y dijo: «Tú eres el Mesías, el hijo del Dios vivo». Jesús le respondió: «Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque eso no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Yo te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de Dios; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Entonces ordenó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.
Dios es un misterio insondable que nos sobrepasa, a pesar de que al mismo tiempo nos penetra por todas partes. ¿Quien no ha experimentado alguna vez la grandeza de Dios? Es una grandeza de bondad, y a su lado nadie es realmente bueno. Este sentido de la admiración y el respeto son necesarios y saludables. Acerquémonos a Dios con respeto, entremos en su escuela: A Dios nadie lo ha visto jamás, el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer, pues Jesucristo es el camino, la verdad y la vida y nadie pude ir al Padre sino por Él. Quien ha visto al Hijo de Dios ha visto a Dios Padre. La salvación pasa a través de la mediación, es decir, a través de los mismos hombres; no hay nada que objetar a esta realidad, pues Dios ha querido que así sea, ya que es el modo de comunicación más adaptado a nuestra manera de ser. Dios se ha mostrado a través de hechos y palabras que podemos captar y, en un torrente de amor, el mismo Verbo se ha hecho hombre. Esta realidad encarnatoria prosigue en la Iglesia, sacramento visible de la salvación, pues lo que era visible en el Jesús de la historia ha pasado ahora a hacerse visible en los sacramentos.
Nuestra época se caracteriza por las encuestas en los medios de comunicación. Las preguntas y respuestas siempre han sido y siguen siendo buenos instrumentos para captar, asimilar y conocer. Hay preguntas que son profundas y vitales, y también hay respuestas que igualmente pueden serlo. Jesús pregunta hoy a los apóstoles sobre lo que la gente opina de Él. Las respuestas denotan una comprensión parcial, se sitúan únicamente en el reconocimiento de su condición profética, pero escapan a una justa comprensión de la personalidad de Jesús. Este sondeo tuvo la intención de preparar una pregunta personal y directa a los discípulos. Ahora tienen que definirse: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro, el primero de los apóstoles, responderá por todos: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo». Hoy, la figura de Pedro es destacada en la línea de fundamentar la Iglesia; su persona y su ministerio confieren solidez a la fe. Esta misma pregunta nos la dirige Jesús muchas veces a lo largo de la vida: ¿Quién soy yo? ¿Por quién me tienes? ¿Qué importancia tengo en tu vida? Nuestra respuesta también tiene que ser rápida, sincera y osada: Tú eres la esperanza máxima, tú eres el Hijo de Dios encarnado para salvarnos. Hemos de dar nuestra respuesta comprometida a Cristo Salvador, el Buen Pastor que da su vida por las ovejas, el Amigo que da la vida por sus amigos. ¡Qué paz responder con sinceridad al Señor y reconocerlo como primero y único en la vida!
La fe de Pedro es grande y Jesús la alaba, pero no es un mérito del apóstol, sino un don de Dios. «Eso no te lo ha revelado nadie de carne y sangre, sino mi Padre que está en el cielo». El don siempre precede. ¿Qué ha hecho Pedro? Él ha cooperado, se ha abierto a la gracia divina. Las palabras de Jesús adquieren un tono trascendente e impresionante: «Ahora te digo yo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». Sobre Pedro creyente se construirá el edificio de la comunidad cristiana. Sobre su fe firme se podrá levantar la casa de Dios. Pedro será el hombre de las llaves, el que tiene un poder sagrado; poder referido a la santificación de los hermanos. El atar y desatar son prerrogativas importantísimas destinadas a la vertebración y la comunión del pueblo de Dios. Pedro será el fundamento visible de esta comunión y dará firmeza a la Iglesia; todo eso prosigue en la sucesión apostólica que llega hasta nuestros días. La tarea de Pedro es importantísima para la Iglesia; la cumple, en la sucesión, el Papa. A través de este ministerio se mantiene viva la predicación evangélica y el testimonio de amor que corresponde siempre a la Iglesia. ¡Agradezcamos el don de Pedro! ¡Valoremos el papel de su sucesor! Recordemos que el Papa tiene la tarea de animar a la Iglesia y hacer de ella una verdadera comunión. Por eso mismo, pensar hoy en Pedro es ser conscientes de que somos Iglesia apostólica, fundamentada sobre el colegio apostólico presidido por el Papa. Oremos, pues, de una manera especial por el Papa Francisco: que el Señor le asista siempre en el ministerio que le ha confiado. Oremos para que todos, unidos al Papa y a los obispos, vivamos una verdadera comunión que sea signo elocuente para todos los hermanos del mundo. Y, como Pedro, digamos hoy y siempre a Cristo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo.