Esto dice el Señor: Comentáis: El camino del Señor no es justo. Escucha, casa de Israel: ¿Que no son justos mis caminos? ¿No son más bien vuestros caminos los que no son justos? Si el justo se aparta de su justicia para cometer la injusticia y en ella muere, muere por la injusticia que ha cometido. Y si el criminal se aparta de la injusticia que había cometido y practica el derecho y la justicia, salvará su vida. Ha abierto los ojos y se ha convertido de los delitos cometidos; por eso vivirá, no morirá.
Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador,
y todo el día te estoy esperando. R.
R. Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna.
Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia, por tu bondad, Señor. R.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes. R.
Hermanos si tenéis algún consuelo en Cristo, alguna muestra de amor; si estáis unidos en el mismo Espíritu; si tenéis entrañas de misericordia, llenadme de gozo teniendo todos un mismo pensar, un mismo amor, una sola alma y unos mismos sentimientos. No hagáis cosa alguna por espíritu de rivalidad o de vanagloria; sed humildes y tened a los demás por superiores a vosotros, preocupándoos no sólo de vuestras cosas, sino también de las cosas de los demás. Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, teniendo la naturaleza gloriosa de Dios, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por ello Dios le exaltó sobremanera y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre, para que al nombre de Jesús doblen su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: “Hijo, ve hoy a trabajar en la viña”. Él le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: “Voy, Señor”. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Contestaron: «El primero». Jesús le dijo: «En verdad os digo que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».
Jesús no deja de sorprendernos ni de provocarnos, como sorprendía y provocaba a la gente de su tiempo, especialmente a las clases acomodadas y dirigentes del pueblo de Israel. A través de la imagen de la viña, domingo pasado nos hablaba de la retribución igualitaria que recibieron tanto los que habían trabajado desde la primera hora como los que se incorporaron a la faena en horas diversas, e incluso los que llegaron a última hora. Y hoy, utilizando también el ejemplo de la viña junto con la invitación a trabajar que un padre dirige a sus dos hijos, Jesús dice una frase que debió sentar como un tiro a las autoridades religiosas que le oyeron en el templo: «Los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del Reino de Dios». Hace tiempo, una buena persona, fiel y cumplidora, me decía: «Esta glorificación de las prostitutas me saca de quicio, ¿por qué Jesús dice: “las prostitutas os precederán en el Reino”? Un servidor le hizo notar que el Evangelio no dice “os precederán” en futuro, sino “os preceden”, en presente. Jesús no concedía ninguna prioridad teórica a los publicanos y las rameras, sino que constataba un hecho: entre sus oyentes, los cobradores de impuestos y las meretrices fueron los primeros en seguir a Juan Bautista, en escucharle a Él y en convertirse, mientras que las autoridades y gente de alta cultura y religiosidad no lo hicieron. La gente de mala vida era como el hijo que se negó a ir a la viña pero luego fue, mientras que los maestros, sacerdotes y fieles de la Ley personifican al hijo que aceptó ir pero después se quedó en casa.
¿Acaso le agradaríamos más a Jesús si fuéramos unos canallas y sinvergüenzas en vez de ser o intentar ser unas personas decentes? Ciertamente que no. Jesús dejó bien claro que la precedencia en el Reino de Dios, no venía por el hecho de ser pecadores, ni que esto diera un privilegio a nadie, sino porque los que eran así considerados ante la sociedad, reflexionaron, se arrepintieron y se convirtieron. Es la conversión la que da precedencia en el camino del Reino. Los dos hijos recibieron la misma invitación: «Ve a trabajar hoy a la viña». Domingo pasado, cuando el amo contrataba operarios, les decía: «Id a trabajar a mi viña», pero aquí habla de “la viña”, porque se dirige a sus hijos y el terreno es un patrimonio familiar común; Jesús nos enseña que en nuestra relación con Dios hemos pasado del trato de amo y siervos, propio del Antiguo Testamento, al de Padre e hijos. Sean cuales fueren nuestra situación y nuestra vida, todos estamos convocados a ser hijos de Dios, y por eso Él nos hace la misma llamada fundamental. Pueden ser grandes las diferencias entre nosotros, pero siempre son superficiales respecto a nuestra opción más profunda: decir sí o no a Jesucristo. Cuando los dos hijos oyen: «Ve a trabajar hoy a la viña», uno dice que sí, pero no va; el otro dice que no, pero al final recapacita, se arrepiente y va. Podemos decir que las palabras clave en esta parábola son “hoy” y “recapacitó”.
Para los que le escuchaban y para nosotros mismos, Jesús es la invitación de Dios, la invitación más fuerte: «Escuchadme hoy escuchando a mi Hijo». Hasta entonces, algunos creían que le estaban diciendo sí a Dios, cuando en realidad le decían no; de hecho, no sabían verdaderamente cómo se dice sí a Dios, que prefiere más la actuación llena de frutos que las palabras vacías que se lleva el viento. En este sentido, los fariseos eran exactamente como las prostitutas, es decir, gente negada. Todos estaban ante la enorme oportunidad de poder finalmente decir sí a Dios de manera inmediata, en el hoy del presente: les bastaba con escuchar a Jesús y luego obrar en consecuencia. Los publicanos y las prostitutas se aprovecharon enseguida de esta oportunidad, pero los fariseos no dieron ni un solo paso. ¿Cómo explicar una reacción tan diferente? Todo está en aquel "recapacitó". Para decirle sí a Dios hay que empezar por darse cuenta de que es posible decirle que no. Hay un peligro que acecha a los mejores, a los que se esfuerzan lo mismo que los fariseos: creerse tan cerca de Dios que uno ya no piensa en convertirse. Para las prostitutas su no a Dios era tan grande que no vacilaron al ver que podían decirle sí inmediatamente. Nosotros, el segundo hijo, vamos acumulando los "amén"... y no nos movemos. ¿Qué hacer entonces? Descubrir que también somos pecadores de una forma u otra; si tomamos conciencia de ello, tendremos oportunidad de asemejarnos no ya al hijo que se negó a ir a la viña y luego fue, sino a un tercer hijo que está en el telón de fondo: el mismo Jesucristo, el Hijo de Dios, que dijo al Padre el verdadero sí y vino a la viña del mundo para salvarnos.