|
|||||||||
Jesús nacerá de María, desposada con José, hijo de David
A lo largo de la historia de la salvación, Dios se ha acercado a los hombres y ha disipado todo temor. Muchas veces tenemos miedo de Dios y de los hombres, miedo de un peligro y de un exceso de esperanza, miedo de sentirnos solos y de sabernos demasiado amados. El miedo es una sensación que tenemos ante cualquier cosa que haga peligrar nuestro equilibrio. Tenemos miedo de no estar a la altura de lo que se nos pide, o de tenernos que ponernos a esa altura. San José también tuvo miedo, no se atrevía a tomar a María como esposa. José es un hombre justo, intuye un misterio y tiene miedo de entrar en él. Permitir la entrada de Dios en nuestras vidas significa exponernos a sorpresas continuas, renunciar a nuestras seguridades, tener que cambiar nuestra tendencia a la táctica por el don gratuito de la esperanza, dejar nuestras pequeñas pero palpables riquezas y ponernos como pobres y sin experiencia a merced del Señor, que es libertad suprema. San José había hecho sus planes; siendo un varón justo, se imaginaba seguir caminos de justicia y amor. Como cualquier joven, había escogido una esposa; veía la vida en Nazaret con una serena tranquilidad: trabajar y amar, formar una familia en el temor de Dios y en la práctica de la Ley, llegar a una vejez venerable y, bendecido por Dios y por los hombres, volver al lugar de sus padres. Hijos y nietos bendecirían su memoria a lo largo de generaciones. Pero ahora, en María ocurre algo que no comprende, y tiene miedo porque ve la mano de Dios muy cerca; quiere volverse atrás, para el bien de María y el suyo, hasta que el Señor le aclara lo que está ocurriendo y, destruido el miedo, le prepara para introducirse en el misterio.
¿No sentimos también nosotros miedo ante la irrupción de Dios en nuestras vidas? La Navidad es una de estas irrupciones. Hablamos mucho de la alegría de la Navidad, de su ternura significada por el niño que nace, pero, ¿hemos pensado que todo niño que nace, gozo y ternura, es también motivo de temor para sus padres? Todo niño es un misterio y comporta unas responsabilidades, y no permite que nos tracemos caminos demasiado fáciles. No es malo hablar del miedo de la Navidad, porque la Navidad es el primer paso en el camino que debe conducirnos a una participación activa en la historia de salvación. El niño que nace es el hombre que morirá. En la Navidad, los ángeles cantan la gloria de Dios; luego la tierra se resquebrajará en protesta por el gran ultraje. Si estamos atentos, Navidad significa asumir unas responsabilidades y entrar en un misterio indescifrable. Dejarnos penetrar por la Navidad significa entrar de lleno en la lucha por la justicia, y eso da miedo.
Pero ahí es cuando resuena la palabra que hemos oído en el evangelio: «José, hijo de David, no tengas reparo... José, hijo de David, ¡no tengas miedo!» La razón para no tener miedo nace del misterio mismo de la Navidad. El niño que nos ha de nacer llevará el nombre de Enmanuel, que significa Dios-con-nosotros. Y Dios-con-nosotros siempre es prenda de salvación. «No tengas miedo» es un grito de esperanza, de esa esperanza que, por venir de Dios y por aferrarse como un ancla al misterio de su amor, nunca nos engaña, porque Dios ha optado por el ser humano y se ha unido a él indisolublemente. La suerte de los hombres y la de Dios estarán por siempre unidas; es más que un pacto de amistad, más que una alianza de amor, es la unidad perfecta. Dios ya no es ni será nunca sin el hombre. Dios tiene una vertiente humana, una dimensión humana y una identidad humana. Por la Encarnación del Verbo, lo humano entra ya en la definición de Dios. Al mismo tiempo, el hombre ya no es sin Dios encarnado. La verdadera naturaleza del ser humano está abierta a lo divino y sólo se comprende desde esta posibilidad. Cuanta más humanidad, más divinizados estamos y más hermanos somos unos de otros. El Señor es «Dios-con-nosotros», lo encontramos en la Iglesia, en los Sacramentos, en la Palabra. Pero se encuentra en todos los hombres. Todos, especialmente los pobres y los marginados, son Enmanuel. Dios está con nosotros en la familia, en el trabajo, en la amistad, en el descanso, en la oración, en el dolor y en el amor. En palabras de san Agustín, Dios es más íntimo a nosotros que nosotros mismos.