Domingo de Ramos - Bendición

Vuestra presencia multitudinaria, con ramos y palmas en las manos, nos lleva a pensar en el primer domingo de ramos de la historia, cuando Jesús hizo su entrada en Jerusalén la última semana de su vida terrenal. Fieles a una tradición, con la que la Iglesia nos invita a conmemorar y revivir los momentos supremos del Salvador, nos reunimos para acompañarlo e iniciar así, solemnemente, la Semana Santa. Con los niños hebreos, con toda aquella multitud, nosotros hoy también proclamamos: «¡Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo»; nuestros pueblos y ciudades se convierten por unos días en un reflejo de Jerusalén, y la proclamación del Evangelio nos recuerda que somos peregrinos que caminan con Jesús hacia la Jerusalén celestial, hacia el Reino de Dios.

Las plantas más típicas que llevamos en las manos para acompañar a Jesús en su entrada en  Jerusalén y que nos llevaremos bendecidas a casa como recuerdo de este día son: el olivo, signo de paz; la palma, signo de la dignidad real de Cristo; y el laurel, signo de la victoria del Salvador sobre le poder del pecado y de la muerte. Estas plantas, con sus colores y perfumes muestran cómo, humildemente, la naturaleza rinde homenaje al Creador que se ha hecho hombre. También Jesús entra humildemente en Jerusalén, montado en una borrica, como portador de paz; no es un rey guerrero que entraría a caballo empuñando la espada, sino como rey pacífico, que entra sentado en un animal de carga. A lo largo de la historia, las armas han causado desgracias y, atronadoras, han sembrado la muerte a su paso; en cambio, el Evangelio, sin hacer ruido, ha ido sembrando la paz en el mundo y la ha introducido en el corazón de hombres y mujeres, de los niños y adolescentes, de los jóvenes y de los mayores. ¡Cuánto necesitamos todos la paz de Jesucristo! ¡Cuánto necesitamos su amor y su bondad que confortan nuestras heridas! No hay semana en la que no tengamos que llorar porque en un lugar u otro del mundo hay guerra: guerras que no se acaban y guerras que entonces empiezan, violencia y terrorismo. En el día de hoy os invito a orar y a trabajar por la paz, haciéndola posible –para empezar– en la convivencia con quienes nos son más cercanos, con aquellos que nos rodean; así la entrada de Jesús en Jerusalén será verdaderamente provechosa para nosotros.

Externamente, hemos venido con ramas y palmas en las manos para honrar la entrada del Señor en su ciudad. No tapizaremos las calles de la procesión que haremos dentro de poco con estas ramas, sino que nos las llevaremos como recuerdo a casa; tampoco extenderemos mantos; pero lo que sí podemos hacer, ante Jesús que nos sale al encuentro es abrirle la puerta de nuestro corazón y extender a sus pies nuestras actitudes y los frutos de las buenas obras, aquello que Él espera de nosotros. Extiende tu manto ante Jesús cuando vayas a visitar a un enfermo y a hacerle compañía; pon ante Él tu ramo cuando ayudes a cualquier pobre que recurra a ti; ofrécele tu palmón al consolar a las personas afligidas que pasan por alguna tribulación y que esta Semana Santa tendrán que compartir intensamente la Pasión y comulgar con el Señor en su cáliz de dolor. No servirán de nada los actos externos si no expresan el amor de Dios que hemos de compartir con los hermanos. Que Dios no bendiga solamente los ramos que llevamos en las manos, sino también nuestra vida.

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