Lectura del libro de Job. Habló Job, diciendo: «El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio, sus días son los de un jornalero; como el esclavo, suspira por la sombra, como el jornalero, aguarda el salario. Mi herencia son meses baldíos, me asignan noches de fatiga; al acostarme pienso: ¿Cuándo me levantaré? Se alarga la noche y me harto de dar vueltas hasta el alba.Mis días corren más que la lanzadera, y se consumen sin esperanza. Recuerda que mi vida es un soplo, y que mis ojos no verán más la dicha.»
Alabad al Señor, que la música es buena;
nuestro Dios merece una alabanza armoniosa.
El Señor reconstruye Jerusalén,
reúne a los deportados de Israel.
Él sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.
Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.
El Señor sostiene a los humildes,
humilla hasta el polvo a los malvados.
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios. Hermanos: El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto, eso mismo sería mi paga. Pero, si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio. Entonces, ¿cuál es la paga? Precisamente dar a conocer el Evangelio, anunciándolo de balde, sin usar el derecho que me da la predicación del Evangelio. Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles. Me he hecho débil con los débiles, para ganar a los débiles; me he hecho todo a todos, para ganar, sea como sea, a algunos. Y hago todo esto por el Evangelio, para participar yo también de sus bienes.
Lectura del santo evangelio según san Marcos . En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca.» Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.» Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.
Cuando visito ancianos y enfermos, algunos me dicen: «Padre, ya no sirvo para nada; el Señor haría un gran bien llevándome, porque aquí sólo estoy sufriendo y dando trabajo», y me preguntan también si es pecado pensar así. Yo les respondo que, si lo piensan porque desean vivir felices con Dios, no es pecado, porque éste es el deseo de todo buen cristiano; pero al mismo tiempo les digo que tienen que aceptar con fe todo lo que Dios disponga mientras vivan. La Palabra de Dios nos ayuda a meditar hoy acerca de la realidad del sufrimiento, que nos acompaña a lo largo de la vida, desde que nacemos hasta que morimos. El Evangelio, que es un mensaje de esperanza y alegría, ilumina también los rincones oscuros de la vida; de no ser así, caeríamos en la amargura y el desencanto y pensaríamos que todo es en vano. El Evangelio nos viene a decir que todo en la vida humana, incluso el dolor, tiene sentido y coopera con Jesucristo para la salvación del mundo. No hay sacrificio sin víctima ofrecida y no hay resurrección sin muerte. Ante el sufrimiento, la postura cristiana se basa en dos actitudes aparentemente contrapuestas, pero que en realidad son complementarias: la aceptación del dolor y la lucha para superar el sufrimiento. Alguien podrá pensar que esto es un contrasentido, pero la respuesta está en no dejarnos llevar por las apariencias.
Quien quiera entrar en el sufrimiento ajeno, primero tendrá que haber sufrido él mismo. Solamente esta experiencia puede abrir su corazón a comprender, a compadecer y a compartir. ¿Cómo puedo entender y hacerme cargo del dolor ajeno si no he pasado antes por la prueba del dolor? La compasión que Jesucristo siente hacia toda clase de enfermos, despreciados y desheredados es posible porque Él, siendo Dios, ha asumido nuestra naturaleza, ha cargado con las miserias de la humanidad y ha soportado nuestros pecados llevándolos sobre sí mismo. Jesús puede comprender el dolor, porque Él, siendo el Hijo de Dios, nos ha dado ejemplo y nos ha redimido con su cruz. Podemos decir que su vida estuvo marcada por el sufrimiento: el nacimiento en la extrema pobreza porque ni él ni su familia tuvieron lugar en la posada, el exilio en una tierna edad, cuando Herodes buscaba su muerte, las duras condiciones en las que vivía la gente de la Palestina del siglo I que Él quiso compartir, sin ninguna clase de comodidad, la fatiga del trabajo para poder comer, la incomprensión de sus oyentes, incluso de sus mismos discípulos, que no siempre lo acababan de entender y, finalmente, el desprecio y las heridas que tuvo que sufrir en la cruz. ¿Qué necesidad tenía Jesucristo de pasar por todo eso? El dolor tiene valor en la medida en que indica hasta qué punto eres capaz de amar, incluso donde puedes llegar en tu amor para con el prójimo. Jesucristo aceptó el sufrimiento, pero pasó por el mundo haciendo el bien y curando enfermedades, tal como hemos escuchado en el Evangelio. La aceptación del sufrimiento por parte de Jesucristo nos manifiesta hasta qué punto Dios nos llega a amar. Cuando suframos, pensemos en Cristo y aceptémoslo como Él lo aceptó, así podremos acercarnos a los que sufren.
Por eso, si Jesús nos invita a cargar con la cruz y aceptar el dolor, no es porque sufrir sea algo bueno en sí mismo. El cristianismo no predica la simple resignación al dolor y encontrar agradable el hecho de sufrir, ¡nada de eso! Si aceptamos el sufrimiento es para poder comprender a los que sufren y están doloridos, para estar a su lado y hacernos una idea de lo que están sufriendo, para intentar superar esta situación. Sólo si asumes la realidad de un problema podrás buscarle soluciones. Sólo si aceptas el dolor como un hecho real y no intentas esconderlo bajo una felicidad artificial, podrás salir de tu egoísmo y trabajar para iluminar y dar alegría a los demás, y así podrás tú también recibir la luz y la alegría del Espíritu.