Jesús no está en el sepulcro, ha resucitado. ¡Aleluya, hermanos!, esto es lo que los ángeles han anunciado a las mujeres que habían acudido temerosas a la tumba de Jesús. Es la gran noticia que nosotros escuchamos cada año en la noche santa de Pascua: Cristo ha pasado a través de la muerte a una nueva existencia, definitiva, y ahora vive para siempre. Éste es el motivo por el que hoy nos hemos reunido aquí en esta santa noche, y nos gozamos por la presencia del Señor Resucitado en medio de nosotros. Si los judíos se alegran, al celebrar la Pascua, de su liberación de la esclavitud y de su paso a la nueva vida en la tierra prometida, nosotros, los cristianos, nunca nos cansamos de celebrar que, en medio de la oscuridad de la noche, Cristo Jesús fue liberado de la muerte y lleno del Espíritu de Dios, el Espíritu de la vida y, de éste modo, Él nos ha hecho pasar a nosotros de muerte a vida.
Esta noche hemos escuchado más lecturas que de costumbre. Desde la creación del mundo hasta la resurrección de Jesús, se nos han presentado unas escenas muy vivas, que nos ayudan a entender cuál es el plan salvador de Dios. Los libros históricos nos han narrado poéticamente la creación del mundo y del hombre. «Y vio Dios que todo era bueno». Ahora es el nuevo Adán, el Hombre verdadero, Cristo Jesús, el que centra nuestra atención. En la primera creación del mundo, el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas primordiales y las llenó de su vida. Ahora, en la nueva creación, el mismo Espíritu ha actuado poderosamente en el sepulcro de Jesús y a Él lo ha llenado de Vida nueva, como primogénito de toda la nueva creación. También se nos ha recordado, en la segunda lectura, la fe de Abrahán, dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, que se convierte así en figura de Cristo, que sí se entregó por nosotros. En la tercera hemos escuchado el relato de la primera Pascua: Dios salvó a su pueblo de la esclavitud, y con el paso del Mar Rojo nos preparó para entender el paso de Cristo a la nueva existencia, liberándonos a todos, como un nuevo Moisés que guía a su pueblo a través de las aguas del Bautismo. Los profetas, en sus cuatro lecturas, nos han dicho palabras de esperanza y estímulo: os reuniré de la dispersión, os daré un corazón nuevo, os purificaré, seréis mi pueblo, os amaré con misericordia eterna, os llenaré de toda clase de bienes... Pero sobre todo el Nuevo Testamento nos ha ayudado a entrar en el misterio que celebramos. El Viernes Santo, escuchábamos conmovidos la pasión y muerte de Jesús, y hoy hemos oído cómo Marcos nos transmitía la decisiva noticia de la resurrección del Señor. Mientras que Pablo, en la carta a los Romanos, nos ha recordado que el día de nuestro Bautismo todos nosotros fuimos sumergidos en la nueva existencia de Cristo incorporándonos a su vida, movidos por el mismo Espíritu que le resucitó a Él.
Alegrémonos, pues, hermanos, ya que el mismo amor de Dios que creó el mundo hace millones de años y que resucitó a Jesucristo, que se había entregado por nosotros, hace dos mil años, es el que hoy nos ha congregado y nos quiere comunicar su Espíritu de vida, de alegría y de amor. Esto es lo que celebramos y esto lo que da sentido a nuestra vida. Por eso creemos y tenemos esperanza e intentamos vivir como cristianos: nosotros no seguimos una doctrina, o un libro, ni estamos celebrando el aniversario de un hecho pasado. Celebramos y seguimos a Cristo Jesús, invisible pero presente en medio de nosotros como el Señor Resucitado. Dejémonos ganar por esta alegría, participemos con toda la Iglesia de la fiesta de Pascua, que empieza ahora y que durará siete semanas, hasta el día de Pentecostés. La Pascua de Jesús, que quiere ser también nuestra Pascua. Recordaremos en seguida nuestro Bautismo, y sobre todo, participaremos una vez más del Cuerpo y la Sangre del Resucitado, que ha querido ser nuestro alimento; así Dios quiere renovar los dones de gracia con que nos llenó el día del Bautismo y comunicarnos su fuerza a lo largo de nuestra vida. Dejémonos llenar de vida por el mismo Espíritu de Dios que resucitó a Jesús, pues Él nos quiere comunicar fuerza, alegría, energía y esperanza, para que se nos note, no sólo en este momento de la celebración, sino en toda nuestra vida, que somos seguidores del Resucitado y queremos vivir con Él y como Él.