La noche de la liberación les fue preanunciada a nuestros antepasados, para que, sabiendo con certeza en qué promesas creían, tuvieran buen ánimo. Tu pueblo esperaba la salvación de los justos y la perdición de los enemigos, pues con lo que castigaste a los adversarios, nos glorificaste a nosotros, llamándonos a ti. Los piadosos hijos de los justos ofrecían sacrificios en secreto y establecieron unánimes esta ley divina: que los fieles compartirían los mismos bienes y peligros, después de haber cantado las alabanzas de los antepasados.
Aclamad, justos, al Señor,
que merece la alabanza de los buenos.
Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor,
el pueblo que él escogió como heredad.
R. Dichoso el pueblo que el
Señor
se escogió como heredad.
Los ojos del Señor están puestos en quien lo teme,
en los que esperan su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R.
Nosotros aguardamos al Señor:
él es nuestro auxilio y escudo.
Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti. R.
Hermanos: La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos. Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por la fe también Sara, siento estéril, obtuvo «vigor para concebir» cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía. Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas. Con fe murieron todos estos, sin haber recibido las promesas, sino viéndolas y saludándolas de lejos, confesando que eran huéspedes y peregrinos en la tierra. Es claro que los que así hablan están buscando una patria; pues si añoraban la patria de donde habían salido, estaban a tiempo para volver. Pero ellos ansiaban una patria mejor, la del cielo. Por eso Dios no tiene reparo en llamarse su Dios: porque les tenía preparada una ciudad. Por la fe, Abrahán, puesto a prueba, ofreció a Isaac: ofreció a su hijo único, el destinatario de la promesa, del cual le había dicho Dios: «Isaac continuará tu descendencia». Pero Abrahán pensó que Dios tiene poder hasta para resucitar de entre los muertos, de donde en cierto sentido recobró a Isaac.
Lectura de la carta a los Hebreos (11,1-2.8-12)
Versión breve
Hermanos: La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve. Por ella son recordados los antiguos. Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios. Por la fe también Sara, siendo estéril, obtuvo «vigor para concebir» cuando ya le había pasado la edad, porque consideró fiel al que se lo prometía. Y así, de un hombre, marcado ya por la muerte, nacieron hijos numerosos, como las estrellas del cielo y como la arena incontable de las playas.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino. Vended vuestros bienes y dad limosna; haceos bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón. Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la bona, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre». Pedro le dijo: «Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». Y el Señor dijo: «¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas? Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes. Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles. El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos. Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».
Lectura del santo Evangelio según san Lucas (12,35-40)
Versión breve
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los hombres que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame. Bienaventurados aquellos criados a quienes el señor, al llegar, los encuentre en vela; en verdad os digo que se ceñirá, los hará sentar a la mesa y, acercándose, les irá sirviendo. Y, si llega a la segunda vigilia o a la tercera y los encuentra así, bienaventurados ellos. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa. Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
A medida que avanza el Evangelio de san Lucas, avanza también el camino de Jesús hacia Jerusalén. Jesús es el gran caminante que va abriendo una brecha en la historia, confiado en la palabra del Padre. Todo hombre es un caminante, un peregrino en el desierto de la vida; ha de caminar, porque el que no camina se muere, mientras que el que camina avanza y podrá llegar a su meta. Debemos caminar sin detenernos: hoy, mañana y siempre, hasta que llegue la muerte para rubricar que, efectivamente, somos huéspedes y peregrinos en la tierra. Por eso Jesús vuelve a insistir hoy en el tema de la vigilancia, que se va entrelazando con la cuestión del juicio divino. Nuestro andar por la tierra no es un viaje turístico, sino que se trata de una travesía necesaria para llegar a la vida en plenitud, y es también un servicio que prestamos a quienes caminan con nosotros.
Al mismo tiempo, Jesús alude a la necesidad de vigilar constantemente, sobre todo en los momentos más críticos de la vida; feliz aquél que nunca baje la guardia, porque el Señor puede presentarse en cualquier momento. ¿Qué significa eso?, ¿Qué representa la llegada del Señor a horas tan intempestivas? Estas preguntas y sus respuestas están relacionadas con el sentido de la vida, pues cada día y cada hora toda persona se encuentra ante la tarea de «estar despierto» en su conciencia humana. Esto no quiere decir que debamos estar obsesionados por la muerte, por el juicio o por evitar un pecado, o que debemos estar todo el tiempo pensando en Dios y en el más allá, como en alguna época se exigía a los novicios. Pero tampoco significa que tengamos que caer en el extremo opuesto, el de quienes creen que ya tendrán tiempo algún día para pensar en cosas más serias y trascendentes. Entre la obsesión enfermiza y la despreocupación inconsciente existe un camino intermedio de serena madurez ante la vida. La vigilancia cristiana no nos exige tampoco encerrarnos en una cabina aséptica que nos aísle del mundo y sus peligros. Sólo con los pies en la arena podemos caminar por el desierto. O como sugiere Jesús: los criados deben esperar a su señor estando dentro de la finca; el dueño debe esperar al ladrón nocturno estando dentro de la casa. No es huyendo del mundo como nos acercamos a Dios. Por lo tanto: cada uno debe mantener esta vigilancia allí donde vive y trabaja; no huyendo de la realidad de todos los días sino, como sugiere la parábola final del evangelio de hoy, realizando a conciencia su cometido en la comunidad.
A medida que avanzan los años el hombre vigilante descubre el verdadero horizonte de la vida. Cuanto más nos adentramos en la vida, con la experiencia de los años y de los acontecimientos vividos, más maduramos en la realidad del vivir. Jamás podemos decir "basta" en nuestro crecimiento interior. El proceso sólo finaliza cuando llegue el día del Señor. Mientras tanto, hagámonos la cuenta de que cada día es del Señor. En la celebración litúrgica proclamamos la palabra de Dios, y lo hacemos no para recordar lo que Jesús hizo o dijo en el pasado, sino para enfrentarnos hoy con nosotros mismos a la luz su mensaje que hoy sigue siendo actual. No venimos para estudiar la Biblia, sino para mirar nuestra vida a la luz del mensaje de Cristo; y esto pide que cada uno ponga algo de sí mismo, reflexión y esfuerzo, para que el mensaje adquiera actualidad, porque la tiene, y mucha.
El hombre no es el dueño absoluto de su vida, sino tan sólo un administrador. En efecto, hemos recibido la vida de Dios, una vida que se relaciona con los demás miembros de la comunidad humana. Por lo tanto, ni cabe la pereza ni el derroche. Estamos en el mundo cumpliendo un servicio, que si es servicio al Reino de Dios, es por eso mismo, servicio a la humanidad. De ahí la responsabilidad histórica y propia de cada uno de nosotros. La bondad del hombre no radica en la máxima de «no hacer daño a nadie», sino en vivir intensamente la vida como un servicio gozoso a la comunidad. Ante la pregunta de los apóstoles, Jesús subraya que cada hombre debe administrar su existencia de tal modo que pueda sentirse responsable de su vida. Y no puede haber responsabilidad cuando otros organizan nuestra vida, o cuando hacemos algo sin saber por qué ni para qué. Jesús explica que el administrador sabe lo que quiere su amo y eso debe llevarnos a vivir con fidelidad al Evangelio. ¿Cuál es la voluntad de Dios para mi vida?